Mañanas frías



Hay días perros, de esos que solo con abrir los ojos al despertar ya sabes que vas a ir por detrás de tu sombra hasta la siguiente vuelta completa de las manecillas. Observas, mientras te mueves en el colchón y te cubres bien con las sábanas, como no hay ningún sentido para nada de lo que ocurre a tu alrededor. De repente el mundo es un lugar frío y oscuro, una aberración de cuanto existe, piensas que si realmente existe Dios hace mucho tiempo que se largó de aquí. Vuelves a moverte en el colchón, esta vez un poco más despierto que antes, e inquieto. ¿Y si simplemente no hay ningún plan? ¿Y si la única verdad es que estamos aquí porque si? ¿Puro azar? Empiezas a analizar el pensamiento y el comportamiento humano, las motivaciones que llevan a actuar de una manera determinada. El Poder. Influir en los otros, estar por encima y no cuestionar la autoridad. Alivio, alivio es lo que continúa, una imagen que llega para salvarte de todo esto, una imagen poderosa, fatal, pero serena y natural a la vez, una imagen en la que no salimos ni tú ni yo, ninguno, ni siquiera nuestro escondite, ni el manto luminoso que nos cubre. Una sonrisa entonces surge de tu cara, comprendes que al no existir siquiera no hay ningún propósito más allá de nosotros. No hay causalidad. La vida no es un medio de nada sino un fin en sí misma, un momento más de la historia, y ni eso, porque no siempre hubo ni habrá historia. Es entonces cuando despiertas nuevamente al sonar el despertador y con resignación te levantas de la cama para darte una ducha que te espabile, o puede que lo contrario.

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