A la mar


Envueltos por la brisa marina viajamos todos nosotros en barquitos a la deriva, perdidos hacia nuestros destinos. En el camino nos vamos cruzando entre nosotros, compartimos experiencias de marinos, decoramos nuestros barcos y comparamos con el del resto. Hay variedad como en todo, unos flotan galantes en el bravo mar mientras otros se hunden sin remisión al más mínimo azote o carga pesada. Hay quienes deciden navegar en solitario con el rumbo fijo, otros sin embargo abandonan su nave por otra y construyen juntos con su madera un barco nuevo, más estable.
Vamos todos -ni uno solo se salva- en la misma ruta de navegación, pues la corriente imparable nos arrastra sin remedio. Algunos, mecidos por las olas y el viento que agitan la embarcación y los cuerpos desnudos, nos paramos a pensar durante el viaje en su sentido y razón, otros sólo siguen la estela que dejan al pasar a su lado las naves más cercanas, conformándose con imaginar lo que otros ya han visto.

Aquí y ahora remando en mi barquita observo admirado una barca cercana, lleva ya un tiempo navegando por estas aguas y su curiosa forma de remar ha llamado mi atención. Pasan por mi mente historias antiguas de naufragios, abordajes piratas y grandes gestas que una vez fueron utopías y hoy son recuerdos, pienso  que no hay destino escrito y lo imposible duerme arropado por lo probable. Tendríais que ver como brilla su casco bañado por el sol y el reflejo del agua, como rompe las olas que quieren sacudir la proa, parece que si está cerca de mi barca navego más ligero a su lado. Unas ganas locas de abordar la barquita despiertan en mi interior.

Es este un lugar agradable en el que estar, lejos de las naves competitivas que chocan una y otra vez entre ellas y el resto por ponerse en cabeza, en cabeza de una flota que solo tiene por meta caer inevitablemente por la gran catarata, esa al final del mar que marca el fin del tiempo y nos iguala sin distinción seamos barcas de madera o enormes portaviones, un mismo destino nos aguarda.

Bañado por el sol y los temporales que de vez en cuando acompañan, el sonido vacío y hueco de los cantos de sirena que llaman a su encuentro a despistados marineros no son para mí. Yo, siempre soñando con estar despierto, prefiero ir a mi ritmo y contemplar admirado el horizonte y las estrellas que me cubren, saludar a mis compañeros de viaje y quien sabe, quizás echar el ancla en algún nuevo cachito del mar junto a esa barquita, sin demasiado equipaje para no hundirnos, preocupados solo de estar ahí y sin tener miedo al futuro.

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